Poesía
en primera persona
La poesía es como un sueño,
es un texto con huecos, que nos incluye y que
sigue creciendo dentro de nosotros. Y su materia
prima es una palabra cargada de emoción.
Esa palabra conmovida, intimida a veces y parecería
que hace falta ser también poeta o un
estudioso de la literatura para disfrutar de
la poesía. Pero la poesía, como
toda obra de arte está hecha para que
cada uno, absolutamente todos la disfruten.
En la entrada del Museo
de Bellas Artes de Boston existe un cartel
que dice:
Relájese. El arte
está hecho para inspirar. No para
intimidar.
No existe una manera correcta de mirar
una obra de arte.
No existe una manera incorrecta.
Sólo existe su propia manera.
Relájese. Este es un museo, no
un test.
Esto puede aplicarse también
a la poesía. Escuchen este sencillo
texto del poeta francés Jacques
Prevert:
Echó café
en la taza.
Echó leche
en la
taza de café.
Echó azúcar
en el café con
leche.
Con la cucharilla
lo revolvió.
Bebió el café con leche.
Dejó la taza
sin hablarme.
Encendió un
cigarrillo.
Hizo anillos de humo.
Volcó la
ceniza
en el cenicero.
Sin hablarme
sin
mirarme.
Se puso de pié.
Se puso el
sombrero.
Se puso el impermeable
porque
llovía.
Se marchó
bajo la lluvia
sin decir palabra
sin mirarme.
Y me cubrí
la cara con las
manos.
Y lloré.
El tema de la palabra poética
resuena en mí desde la experiencia poética
misma, por dos caminos que se alimentan mutuamente:
El de escribir poesía y el de traducir
poesía. Dos experiencias signadas por
un violento y amoroso forcejeo con el propio
idioma para que diga lo indecible, un forcejeo
como el del patriarca Jacob con el ángel
para que me bendiga.
Desde hace muchos años y muchos libros
vengo haciendo eso de escribir poesía;
sin embargo me resisto a presentarme como poeta.
Alguna vez estudié arquitectura y la
ejercí durante veinte años. Y
aunque hace otros veinticinco que abandoné esa
profesión no tengo empacho en reconocerme
arquitecto. Un título universitario
me avala. ¿Pero poeta? La poesía
me sucede, escribe a través de mí,
y no siempre me encuentra permeable para atravesarme
y hacerse palabra. Tengo iluminaciones pero
no soy un iluminado. Alguna vez lo dije así:
No soy el gran poeta del
salto planetario
o la palabra oceánica.
soy el pequeño artesano
que sigue,
alumbrado por su verso,
el calor de su
propia angustia
o el recorrido pluvial
de la ternura
sobre el reverso de su piel.
Soy
el oído desplegado
sobre sí mismo
desde el paladar hasta la planta de sus
pies
descifrando pausada, tensamente,
la oscura línea de fractura
entre
sueño y piel.
Borges decía
que “La
poesía no se elige, no es una profesión.
Simplemente sucede que a veces habla en uno.” Otro
autor, menos prestigioso que Borges pero
más gráfico, decía que
escribir poesía es una cosa muy sencilla.
Todo lo que hay que hacer es sentarse ante
una hoja de papel en blanco y abrirse una
vena.
Partiendo de la confesada ignorancia
de los poetas acerca de la fuente de su propia
inspiración, Freud equiparaba la tarea
poética al juego infantil, sosteniendo
que ambas, al igual que el humor y la fantasía
adultas, procurarían hacerle pase de
magia, hacerle como los toreros al toro, una
verónica a la realidad, para escapar
de ella y procurarse placer. No sé si
es exactamente eso. Para mí, lo que
hace la poesía es tratar de expresar,
forzando el lenguaje, algunas sensaciones,
emociones, imágenes, que se nos imponen
y para las que no nos alcanzan las palabras
comunes, las palabras transitadas. Y el desafío
consiste, precisamente en decir eso indecible,
con las palabras comunes a todos, transitadas
por todos.
Yo diría que la relación entre
el poeta, la realidad y el placer o entre el
humor y la realidad, admite muchísimos
matices y se me ocurre bastante complejo y diverso. Finalmente
la menor mirada, el menor contacto, la mínima
entonación, todo es máscara y transparencia,
todo es texto y traducción, interpretación.
Exorcismo de miedos y fantasmas mediante la sutil
materia de la palabra, en el límite del
misterio que somos. Y la tarea del poeta es la
de andar delicadamente sobre el filo de la transparencia
sin caer en ella; sosteniendo el escándalo
de la ambigüedad, de la intuición,
del deseo, de la ternura, de lo que verdaderamente
nos preocupa, nos conmueve, este enigma que
nos constituye, un espanto y una belleza insoportables.
Para decirlo con las palabras
del gran arquitecto americano Louis H. Sullivan:
Uno
no ve nada, en cuyo caso está satisfecho.
Pero una vez que uno ha penetrado bajo
la superficie
uno ve tanto que se asombra;
luego ve un poco más y se desconcierta;
otro poco aún, y se asusta,
otro poco más y se enamora apasionadamente;
otro poco más y se llega a un
estado morboso.
Más allá no sé qué sucede,
no he ido más lejos.
Yo creo que la facultad poética
se conjuga en la primera persona del singular,
y su punto de partida es abrirse a la conciencia
de ser parte del misterio, aprendiendo a desconocerse,
a mirarse como a un otro, a saber que uno es
diferente de todos los demás, del mismo
modo que lo son todos los demás. El
arte poético comienza estando al acecho
de las propias emociones y cazándolas
vivas, con una red de palabras antes de que
se enfríen,. Al menos ésta es
mi experiencia. Mis poemas nacen cuando ellos
quieren. Salvo cuando una conmoción
extraordinaria da a luz de un tirón
un poema que no permite que le corrijan una
coma, --me sucedió alguna vez bajo impacto
de cierta muerte imposible-- salvo ese caso,
mis poemas se construyen por oleadas, a partir
de una suerte de iluminación, que rescata
de las tinieblas un resquicio en el misterio
que me constituye, o brinda volumen a una inesperada
relación conmovedora con algo que me
rodea o me sucede. Entonces, en una especie
de sueño a ojo abierto, en una sobria
borrachera de imágenes y palabras, la
pluma se vuelve una prolongación del
brazo, del cuerpo y comienza a balbucear sobre
el papel un texto, a menudo informe, mientras
uno, inclinado sobre sí mismo, se observa
escribir, en un extraño desdoblamiento.
Uno escribe a veces gozosa, torrencialmente,
y a veces con la oscura sensación de
andar territorios peligrosos, arrancándose
palabras del silencio y las tinieblas, haciendo
equilibrio sobre el borde mismo de lo absoluto
y la locura.
Cuando ese momento concluye uno encuentra sobre
el papel un material recién
nacido, palpitante, retazos palabreros de un sueño, demasiado empapados
todavía de uno mismo como para juzgarlo, como para corregirlo. Aprendí a
olvidar prolijamente ese sedimento rico e informe hasta que se enfría.
Recién entonces lo puedo retomar, y puedo discriminar con sentido crítico
qué palabras, qué imágenes no perdieron la conmoción
original y siguen vivas. Allí comienza una otra manera de la creatividad,
la verdadera aventura de construir el poema, suerte de montaje poético
con algo de sueño conducido, teniendo por herramientas la intuición
en una mano y el oficio en la otra. Ahí comienza el oficio del poeta,
pulir, corregir, escuchar y sentir cada palabra como nueva, como ajena. Oscar
Wilde solía decir que a un poema hay que trabajarlo tanto, hasta que parezca
no haber costado ningún trabajo. El objetivo a lograr es un poema que
provoque, por resonancia una conmoción similar a la de aquella iluminación
primera.
Para lograrlo uno vuelve y vuelve
a pulir el texto, afinando la sonoridad y desbrozando
el follaje palabrero para que, con las palabras
más sencillas resplandezca al trasluz
la idea poética, el descubrimiento a
compartir. Vaya como ejemplo que yo quiero:
La pesada
plancha y la tijera de sastre
tenían
la forma de las manos de mi padre.
El día y la noche, el dinero y
la miseria
tenían la forma de las
manos de mi padre.
La
bronca y la dicha, el poder y la vergüenza
tenían la forma de las manos de
mi padre.
El
frío y la sombra, el llanto
y la esperanza
tenían la forma de
las manos de mi padre.
La
mesa y la casa, la risa y la tristeza
tenían
la forma de las manos de mi padre.
Cuando
salí a la calle y me mire
las manos
tenían
la forma de las manos de mi padre.
Mi padre tenía unas
hermosas manos y este poema nació como
una simple evocación poética
de su mundo, a partir de un verso que se me
fue imponiendo por su propia cadencia:
TENIAN
LA FORMA DE LAS MANOS DE MI PADRE
Al ir construyendo el poema se me impuso
por su propio peso y para mi propia sorpresa
ese último
par de versos que resignifican a todos los
demás y sin los cuales el poema no existe:
CUANDO
SALI A LA CALLE Y ME MIRE LAS MANOS
TENIAN LA FORMA DE LAS MANOS DE MI PADRE
Yo que tanto quería diferenciarme de él,
que creía haberlo logrado, era puesto
por ese verso frente a un espejo desde el que
yo me miraba con su rostro; un espejo al que
no podía desmentir.
En el caso particular de mi poesía,
los temas familiares ocupan un lugar importante,
movido por las conmociones más viscerales.
Dediqué a la muerte de mi madre un largo
Kadish que abría un poemario que titulé,
consciente y paradójicamente, LEJAIM,
por la vida. Por otra parte, a la muerte de
mi padre –a mi edad estamos hechos también
a la medida de estas experiencias—a la
muerte de mi padre, le dediqué un largo
capítulo en el penúltimo libro
de poemas mío, titulado PADRETIERRA.
Allí escribí, entre otras cosas:
Frente
a su ataúd
me rasgaron la ropa
dejando mi orfandad
a la intemperie.
Convoqué a
papá, el sastre,
y él se incorporó en su caja
a zurcirme el desgarrón
con puntada prolija y menuda.
Sin hilo
tiraba una y otra vez de la aguja
y la herida iba haciéndose
más
ancha y más profunda.
Y también:
En cuanto llego a casa
telefoneo a mi padre
distraído de
que acaba de estrenar ausencia.
De pronto
me acuerdo y corto de inmediato,
no sea
que papá atienda.
Pero no sólo de muerte
están hechos los poemas íntimos,
familiares. De mi mujer escribí:
Clara lava la vajilla
Toma
afectuosamente un plato
y como si le enjabonara
el pecho y la espalda a un chico,
lo enjabona
cuidadosamente
del revés y del derecho.
Acariciándolo luego con toda la
mano
de ambos lados
lo enjuaga bajo el
grifo
para dejarlo
de pie en la rejilla
de madera,
recién bañado,
chorreando agua como un chiquito.
Después
toma otro plato y otro y otro,
y luego
los vasos, las tazas, los cubiertos
uno
a uno
y trata a todos con idéntica
ternura
con una dedicación pareja,
con ese afecto
que alienta en cada uno
de sus gestos.
Como ven, en mi poesía, sobre todo
en la familiar, privilegio la imagen sencilla,
expresiva. De mis hijos, siendo chicos, escribí:
Una ardilla y una paloma
se apropiaron la geografía de nuestra
casa.
Mi hijo la ardilla, dispara
pies y manos
con la velocidad de la mirada.
Sólo
se detiene ante las cosas que se mueven,
arma barcos enormes con sillas y almohadas
y desarma argumentos con unos ojos negros
listos para la fantasía y para la
humorada.
Mi hija la paloma, anda
con paso afectuoso por la casa.
Dándose
tiempo acuna sus muñecas,
arropa
la tortuga y sonríe con toda la cara.
Su paso se demora frente al espejo
descubriendo
su cuerpito
perfumado por la gracia.
Cuando la ardilla y la
paloma duermen
toda la casa, solemne de pronto,
calla.
Y mis poemas más recientes, como supondrán,
tienen por personajes a mis nietos. Algunos
textitos cortos:
PASEO: Vamos, su manito
en mi mano,
¿pero quién conduce
a quién?
Yo lo llevo a la plaza, él,
a mi niñez.
A la mano de mi padre,
--grande,
nerviosa, callada--
a las manos de mis hijos,
la
alegre y vivaz de su madre,
la inquieta de
su tío...
Pero llegamos a la plaza:
Abro
mi mano
y las suyas se hacen alas.
EXTRAÑO PÁJARO:
Desde hace años está prohibido
circular por Buenos Aires a caballo.
Pero
Martín, trasgresor nato,
no tiene
empacho en andar por la avenida
a cara descubierta,
cabalgando.
Montado sobre mis hombros va
al trote
y para peor, cantando.
Sus piernitas
en mis manos, sus brazos extendidos
somos
una extraña suerte de pájaro.
Y
así, entre vuelo y canto
se nos va
la tarde, galopando. (marzo
2001)
El MIEDO de los BUENOS:
Martín es Tarzán, Batman y
El Zorro,
un Power-Ranger, un pirata y Superman.
Fuerte y valiente, a espada o puño
limpio
lucha casi siempre del lado de los
buenos.
De pronto se detiene y pregunta:
“¿Los malos también
tienen miedo?” (febrero
2002)
ZOOLÓGICO: En su
primera visita al Zoológico
Martín
observó a los animales:
El león
y el “hipopota”
le dieron miedo
y le resultaron malos
por sus rugidos uno,
por su bocaza el otro.
En cambio el elefante,
la jirafa y los monos
eran, a sus ojos, buenos “mostros”.
También así,
a su manera, observa a la gente:
Uno lo presenta
orgulloso a un amigo
y Martín, tras
echarle un vistazo,
le descerraja tajante
un “no
guta”
y se abraza fuerte a uno
o simpatiza
con el amigo a primera vista
y le sonríe
con todo el rostro.
Temprano descubrió Martín
que
el mundo todo es un zoológico. (abril
2001)
Espero no haber aburrido demasiado
a quienes no tienen nietos. Además,
no sólo de temas familiares está hecha
mi poesía. Allá por 1980 publiqué un
libro de poemas que titulé HOMENAJE
a ABRAXAS. Abraxas es una divinidad que aparecía
en el Demián de Herman Hesse, una divinidad
que reunía en sí al mismo tiempo
lo angélico y lo demoníaco, y
esa imagen me interesó, fue un descubrimiento
de mi madurez, quebrando lo esquemático,
la mirada rígida de buenos y malos como
entes separados. Los héroes bíblicos
son todos humanos, multifacéticos. Y
ese poemario mío comenzaba precisamente
con un poema que decía así:
Exagero
como las pesadillas y los cuentos
para
no mentir ni que me crean.
Soy la
doble imagen del espejo,
judaísmo
diestro: mano sonrisa y sueño;
judaísmo
siniestro: ojo, cerebro y culpa.
Uno me ata
a la vida, el otro a la palabra yerta;
uno
me nutre, el otro me atormenta;
uno me enorgullece,
el otro me avergüenza;
uno me rejuvenece,
el otro me avejenta.
Soy simultáneamente
la gran ciudad y la pequeña aldea;
el
vuelo loco y la piedra;
la superstición,
la sutileza, la aristocracia y la miseria.
Como
las pesadillas y los cuentos
exagero
para
no mentir ni que me crean.
A esta misma línea pertenece
mi poema “Los dueños de
las dudas” que dice así:
En la vereda de enfrente
están
los dueños de la verdad escriturada,
los propietarios de la seguridad
del ignorante;
de este lado estamos nosotros,
los dueños
de las dudas
sentados a una larga mesa en
llamas.
Somos
los que sabemos
que no sabemos.
Los que sabemos que no es
luz esta claridad,
que este permiso no es
la libertad,
que este mendrugo no es le pan
y que no existen una sola realidad
ni
una única verdad.
Somos
los hijos de
los profetas
pero también
hijos de aquellos
a quienes los profetas
maldecían; somos
los que desafinan
en los coros de los istas.
Somos
los
que confían en la marcha de la historia
sin darla
por sobreentendida.
Escépticos y
optimistas,
compartimos el pan de la duda,
sentados a una larga mesa en carne viva.
También hay poemas míos producto
de algunos viajes a sitios que me conmovieron,
como Masada:
Aferradas
como manos a la roca judía,
las ruinas
siguen de pie, prestando testimonio.
Trescientos
metros más abajo
los romanos, hechos
polvo,
son fantasmas que amenazan todavía
la memoria.
Sin territorio bajo
su tierra,
con una Biblia en su pasado
y
un futuro de profetas,
Israel sigue cercada
en el recuerdo
por hordas nazis que queman
el ghetto de Masada,
mientras las fortalezas
de Vilna y de Varsovia
caen en manos de
las legiones romanas.
Y el siguiente está escrito tras andar
Jerusalén antigua:
Rodeada de murallas
cuya caída vuelve a estallar en la
memoria
con las copas quebradas
bajo los
palios nupciales,
Jerusalén antigua,
anclada en Israel tras todos los exilios,
yergue
su muro judío
palpado y hendido
por manos familiares
que deslizan mensajes
en sus brechas
para que el muro intervenga
en su destino.
Bueno, creo que ya es
tiempo de detenerme. Termino con un poemita
cuyo epígrafe
un refrán ídish: “Vivir vale
la pena aunque sólo sea por curiosidad”. Este
textito se titula “Escrito en
sueños” y dice:
En
cualquier lugar, siempre que sea aquí.
En cualquier momento,
siempre que sea ahora.
De cualquier
color, siempre que sea azul.
En cualquier lengua, siempre que sea
en ídish.
Muchas gracias.
(Caracas,
Noviembre 2005)