Job,
condenado a la Eternidad
Posiblemente sean contados los
personajes de la literatura universal a quienes
les quepa con tanto derecho como a Job,
el maestro del escándalo ético,
el título de “Condenado a la eternidad”,
pero una eternidad compleja, cuestionadora,
atravesada por eternos interrogantes
planteados de un modo poético e inquietante.
Pero comencemos
por el principio. Digamos que la historia de
Job ocupa uno de los 35 libros que integran
esa fascinante biblioteca de la conciencia
y de la condición humana,
biblioteca reunida bajo la común denominación
de Biblia Hebrea o Tanaj. Posiblemente la mayor
parte de ustedes conozca el relato de Job,
pero para refrescarles la memoria permítanme
recordárselos muy someramente.
La obra comienza describiendo
a Job como uno de los hombres justos de su
generación, poseedor de familia y riquezas,
de ganado, tierras y servidores. Y la
escena se centra enseguida en una reunión
que tiene lugar en los tribunales celestiales,
con Dios en persona recibiendo informes
de sus ángeles, uno de los cuales es
Satán. Y Dios pregunta a Satán
si en su recorrida por la tierra observó el
comportamiento de ese súbdito llamado
Job, hombre ejemplarmente piadoso y justo.
Y Satán, un tanto despectivamente le
responde a Dios: “¿Cómo
no va a ser piadoso y justo ese Job, con lo
bien que le va en la vida y con las riquezas
que posee?”. Entonces Dios entabla una
suerte de apuesta con Satán. Lo autoriza
a que le quite a Job todos sus bienes, aunque
sin tocarlo físicamente, para probarle
que la lealtad de Job no depende de los favores
divinos.
En
la siguiente escena vemos a Job sentado apaciblemente
en sus campos, cuando en una tensa progresión
dramática llega
corriendo un mensajero a contarle que sus bueyes
y burras estaban pastando cuando aparecieron
los sabeos, se robaron los animales y pasaron
a cuchillo a sus cuidadores. Y antes aún
de que éste terminase de hablar llegó corriendo
otro mensajero para informarle que cayó una
lluvia de fuego desde los cielos y redujo
totalmente a cenizas sus ovejas y pastores.
Y aún no había concluido este
su discurso cuando hizo su aparición
un tercer mensajero contando que los caldeos
se llevaron todos sus camellos y asesinaron
a sus cuidadores. Y antes de que este terminase
de hablar llegó corriendo un cuarto
mensajero a anunciarle que un tremendo viento
acababa de derrumbar las paredes de la casa
de su primogénito, donde disfrutaban
de una comida todos sus hijos, y que todos
ellos murieron. Entonces Job se sentó en
el suelo y rasgó sus vestiduras en señal
de duelo diciendo solamente: “Desnudo
salí del vientre de mi madre y desnudo
voy a volver a él. Dios dio, Dios quitó,
sea el nombre de Dios bendito”.
Tras esta vertiginosa escena
vuelve la acción
al tribunal celestial, donde Dios vuelve a
preguntarle a Satán si en su recorrido
por la tierra vio a su súbdito Job,
y si comprobó que efectivamente, pese
a las desgracias que arrojó sobre él,
este justo no renegó de Dios. Pero Satán,
sin dar el brazo a torcer, responde que una
persona puede darse el lujo de seguir siendo
justa mientras logre preservar su carne y su
piel. Dios amplía entonces su apuesta
y autoriza a Satán a que toque físicamente
a Job, aunque sin quitarle la vida. Entonces
Satán hiere a Job con una llaga incurable
desde la punta de sus pies hasta la coronilla,
y el dolorido Job, sin renegar de Dios, sentado
en un muladar, comienza a maldecir día
en que su madre lo dio a luz.
Las siguientes escenas nos muestran al agobiado
Job visitado por tres amigos y un cuarto que
enterados de su miserable estado vienen a condolerse
y consolarlo; pero tras permanecer a su lado
en silencio durante siete días y otras
tantas noches, comienzan poco a poco a hablar,
a recomendarle que revise su conducta porque
indudablemente “algo debió de
haber hecho” para merecer que Dios, el
justiciero, lo haya castigado de este modo.
No
voy a detenerme en la sucesión de
los tan apasionados como injustos discursos
de los amigos de Job ni en las respuestas de éste,
porque el eje de la obra se traslada pronto
a otro plano que hace al intenso núcleo
de esta historia. Job, de modo respetuoso pero
incisivo, se dirige a Dios y le exige explicaciones.
Exige de Dios que le explique la razón
de sus desgracias y sufrimientos, pese a ser,
como lo es a todas luces, es una persona honorable
y justa. En las palabras de Job mismo:
¡Mi
alma está hastiada
de la vida! / Por lo tanto daré libre
curso a mi queja / y hablaré de
mi amargura. / Le diré a Dios:
no me condenes / y dime por qué me
tratas de este modo. / ¿Acaso
puede ser de Tu agrado el entregarme
a la calumnia / y el oprimirme siendo
yo la obra de Tus manos, / favoreciendo
el plan de los malvados? // ¿Acaso
tienes ojos humanos / y Tus días
son como los días del hombre?
// Porque Tú sabes muy bien que
no he cometido maldad alguna, / y sin
embargo no hay nadie que pueda librarme
de Tu mano. (10:1-7)
Dios, he quedado reducido a la nada;
/ Tú has arrebatado como un viento
lo que yo más amaba, / y mi prosperidad
se ha evaporado como una nube. / Y ahora
está mi alma deshaciéndose
de congoja / viendo que los desastres
se han apoderado de mí. // Clamo
a Ti y Tú no me oyes; / estoy
en Tu presencia y ni siquiera me miras.
/ Te portas conmigo como si fueses cruel
/ y me tratas con mano tan pesada como
si fueses mi enemigo. (30:15-21)
Entonces ahora voy a hablar yo / y que
venga lo que viniere. / Tomaré mi
carne entre mis dientes / y tomaré mi
vida en mi mano. / Aunque Tú me
quites la vida, / no tengo otra esperanza
que justificarme ante Ti. / Y esta misma
audacia debería ser mi salvación
/ pues ningún hipócrita
osaría presentarse ante Ti. /
Yo he preparado mis alegatos, / consciente
de mi derecho. // Dos cosas solamente
Te pido, Dios / y no me esconderé de
Tu presencia. / Retira de mí Tu
mano / y no me inhibas con el terror
Tuyo. / Llámame, que yo te responderé.
/ O permite que yo Te hable y Tú respóndeme.
// Muéstrame, Dios, cuáles
son mis maldades y pecados; / cuáles
son mis crímenes y delitos. / ¿Y
por qué ocultas tu rostro / y
me consideras enemigo tuyo? /¿Acaso
haces alarde de Tu poderío / contra
una hoja que lleva el viento? (13:13-26)
Job
dixit. Claro que esta historia
de Job en el marco de una tragedia griega
sería
simplemente una muestra de la fatalidad del
destino a manos de dioses caprichosos, pero
en el marco de la Biblia Hebrea la historia
de Job aparece como expresión de un
insoportable ESCÁNDALO ÉTICO,
que el texto resume en apenas seis palabras: TSADIK
ve’RA LO; RASHÁ ve’TOV
LO. Es
decir, ¿cómo se explica?: un
hombre justo, y le va mal; un malvado,
y le va bien.
Dice Job:
¿Por
qué siguen
viviendo los malvados / prolongan sus días y
se van haciendo fuertes? / Su descendencia
se afirma ante ellos / y sus vástagos
crecen ante su vista. / Nada perturba la
paz de sus hogares / y la vara de Dios
no cae sobre ellos./ Sus toros cubren y
fecundan / y sus vacas paren y no abortan.
Dejan correr sus niños como ovejas,
/ sus hijos brincan de contento. / Cantan
al son del arpa y de la cítara,
/ y al son de la flauta se divierten. /
Acaban sus días
tranquilamente / y descienden en paz al
lugar de los muertos... (21:7-13)
Job
logra finalmente que Dios le responda pero
lo hace de una manera esquiva. Nosotros,
sus lectores, sabemos algo que Job no sabe,
y es que sus desgracias fueron el resultado
de una apuesta que Dios entabló con
Satán. Pero Dios le habla a Job de
su poder y no de sus razones. Según
el libro Dios se limita a preguntarle a su
súbdito
Job si es que él estuvo acaso cuando
la creación del mundo, cuando Dios
creó los
astros y dio vida a los grandes animales
que pueblan la tierra. O dicho de otro modo,
quién
es Job para pedirle explicaciones, incapaz
como es de comprender la lógica divina,
una lógica que escapa al entendimiento
de los mortales.
Al
cierre del libro nos cuentan que Job recupera
sus bienes, pero su final sigue quedando
abierto, sin respuesta alguna a los interrogantes
planteados acerca de la justicia o injusticia
divinas, acerca de la vigencia o no de una ética
trascendente que se sobreponga al mal. Y
más
allá de la posibilidad de que esta
obra, como sostiene la ortodoxia, haya sido
dictada por Dios mismo a Moisés, o
incluso para ellos pero más para quienes
no adherimos a
esa suposición, quedan abiertos un
sin fin de interrogantes como ser el qué habrá querido
decirnos quien compuso esta obra y qué,
quien la incluyó en el canon bíblico.
Desde ya que en sus largos dos mil años
Job recibió todo tipo de interpretaciones,
de las que vale la pena aportar someramente
al menos unas pocas.
Por
una parte llama la atención
que el Job que nos entrega la Biblia Hebrea,
siendo indudablemente un arquetipo ético,
en ningún momento es presentado como
perteneciente al pueblo hebreo. Esto ilustra
la concepción pluralista del Tanaj,
reforzada por los profetas, que consideran
justos de la humanidad a todos aquellos que
obran rectamente, sean del pueblo que sean,
sean de la religión que sean.
En segundo lugar, llama la atención
la singular aparición en este relato
de Satán. En varios sitios de la Biblia
se lo menciona pero no sé si en algún
otro figura tan claramente como uno de los
emisarios de Dios. Posiblemente la intención
haya sido mostrar que no hay ninguna fuerza que
escape al dominio divino, ni siquiera el ángel
del mal. Cosa que este mismo texto expresa
muy relativamente.
En tercer lugar vale la pena subrayar, más
allá de su contenido, la discusión
de Job, sin intermediarios, mano a mano con
Dios, cosa inaugurada por el patriarca Abraham
y que forma parte de la concepción dialógica
judía de la divinidad.
En cuarto
lugar resulta interesante que en ningún
momento aparece como respuesta al reclamo
de Job por sus sufrimientos terrenales, la
promesa de una presunta compensación
en una otra vida. Para los profetas hebreos
la vida verdadera es la vida terrenal.
En quinto
lugar, también resulta interesante
señalar que para la ortodoxia judía
Job es sólo una metáfora cuyo
objetivo sería llevar consuelo al
pueblo judío a propósito de
su trágica
historia, haciéndole presente que,
como en el caso de Job, sufrir desgracias
no es necesariamente sinónimo de culpabilidad,
y en consecuencia no significa merecer esas
desgracias.
Apasionante
arquetipo de rebeldía
frente a la injusticia, así venga de
la mano de Dios mismo, la permanencia y desafiante
eternidad de la figura de Job se multiplicó exponencialmente
a lo largo de los siglos. Algunos ejemplos
podrían ser los siguientes:
Bernard Lazare, autor francés de fines del siglo XIX, en su obra
En el muladar de Job compara al calumniado e injustamente encarcelado
capitán
Dreyfuss con el héroe bíblico.
Del mismo modo el escritor ídish
argentino Samuel Rollansky compara a Martín
Fierro con Job, mostrando que muchas de las
desgracias de este también cayeron
sobre el gaucho; que también MF tuvo
una familia y un rancho, lo perdió todo
y quedó solo, sin abandonar por un
momento su fe en Dios. Donde Job dice: “Desnudo
salí del vientre materno y desnudo
volveré allí”,
dice MF: “Solo nací y solo muero” y
donde Job dice: “El
hombre nace para trabajar y padecer como
el ave nace para volar”, dice
MF: “Amigazo, pa’sufrir han nacido
los varones... ”.
Por su parte,
el marxista Toni Negri es autor de una obra
titulada Job, la fuerza
del esclavo, donde dice entre otras
cosas: “Job es un hombre libre inmerso
en el caos del mundo. Es el repudio de toda
concepción fatalista y es el escándalo
del silencio de Dios ante el sufrimiento
del ser humano. En Job se plantea macizo
el problema nunca superado del mal, que en
nuestro tiempo desplegó Auschwitz
y despliega en toda su tremenda hondura una
realidad que nos asalta todos los días
desde la primera plana de los diarios”.
Desde otro ángulo Zvi Kolitz escribió en
Buenos Aires un relato titulado Iosl
Rákover le habla a Dios, que
tiene por escenario un refugio en el Ghetto
de Varsovia en sus últimos días.
En ese relato su protagonista se identifica
con Job en lo injusto de sus sufrimientos y
también en la airada protesta que expresa
ante el empecinado silencio de un Dios en el
que a pesar de todo continúa creyendo.
Harold Kushner es un rabino americano que
tras perder tempranamente a un hijo nacido
con una enfermedad congénita, planteó los
interrogantes de Job en un libro titulado
en castellano Cuando
las cosas malas le pasan a la gente buena. Allí sostiene
Kushner intentando resolver la paradoja divina,
que “el hombre no es el centro de la
creación, y que Dios no lo maneja todo”...
Para
ir finalizando resulta notable el interrogante
que pone en boca de Job el poeta y dramaturgo
H. Léivik, a quien tuve ocasión
de referirme hace unos meses en esta misma
mesa.
Su
obra teatral, En
los días de Job trata
precisamente el tema del dolor injusto.
En ese poema dramático
comparten la escena varios héroes
bíblicos comenzando por Job mismo,
quien puesto a prueba por Dios, a pesar
de su indudable hombría de bien,
deja oír desde el muladar su vehemente
protesta. Su queja llega a los campos de
Abraham e Isaac; y éste último,
perseguido todavía por la imagen
de aquella otra prueba divina a la que
fuera sometido en su tiempo, escucha decir
a un pastor: “¿Cómo
se explica que un cuello, que yaciera tendido
para ser degollado, no presienta el sollozo
de otro cuello que yace en algún
lugar, inflamado y cubierto de llagas?”.
Isaac siente renovarse en él la
angustia de aquel instante y decide acudir
a la tienda de Job a condolerse de su
desgracia. Con él
acude una increíble multitud de
inválidos
y enfermos, ciegos y locos, que sienten
expresada su protesta particular por lo
injusto de sus males en el lamento y rebelión
de Job. Isaac rememora ante esa doliente
tienda el momento en que retornó a
su hogar tras haber sido reemplazado por
el carnero, encontrando a su madre Sara
moribunda. Cuando trata de calmarla mostrándole
su cuello entero y sano, expirando Sara
murmura: “Oh,
Isaac, hijo mío, ¿un carnero
te reemplazó? ¿Cuándo? ¿Al
final? Y antes, hasta el final, ¿eras
tú el carnero? ¿Eras tú el
que yacía a la espera de ser degollado?”. Pero
aquí entra en escena el más
singular de los personajes, el propio carnero
que sustituyó a Isaac en el ara
de sacrificio. También él
reclama justicia y este es su discurso:
¿Y
mi cuello está permitido
degollar? ¿Acaso no te alegraste,
Isaac, cuando el cuchillo de tu padre
se descargó sobre mí y
no sobre ti? Más de una vez
escuché tus
protestas por las penurias sufridas
en aquellos instantes en que yacías
esperando, con el cuello estirado bajo
el cuchillo; los instantes en que yacías
como un carnero. Y ahora callas...
Y tú también,
Job, callas... Mira qué profunda
es la herida en mi cuello. ¿Acaso
el cuchillo de tu padre no fue también
tu cuchillo? ¿Acaso la sangre
de carnero no es sangre? Pero no pretendo
nada de ti, sólo preguntarte: ¿por
qué bajaste
de un salto del altar del sacrificio
y me acostaste allí por la fuerza? ¿Por
qué? Una
víctima
arrastrando hacia la muerte a otra
víctima...
Creo que Job es
una personalidad singular, intensa e inquietante,
del mismo modo que su libro es uno de los
más cuestionadores
y actuales de esa inagotable biblioteca llamada
Tanaj o Biblia
Hebrea. En esta obra antidogmática,
Job se subleva desde hace dos milenios por
la existencia y permanencia de la injusticia,
rechazando la coherencia autoritaria, las
respuestas fáciles y las simplificaciones
que eluden la complejidad de los problemas.
Preguntándose
todavía hoy acerca de la lógica
del mal, Job y su interrogante están,
por lo visto, condenados a la eternidad.