Don Salomñón
Resnick, transcreador
Biblioteca
Nacional, 7 sep. 2006
A veces
uno se pregunta si la bíblica
Torre de Babel fue una bendición o una
maldición para el género humano;
si la multiplicidad de lenguas, de mundos,
de culturas, constituyó un bien o un
mal para la humanidad. Un señor llamado
Zamenhoff soñó allá por
el siglo pasado, que una lengua universal,
el esperanto, podría
volverse una amplia avenida que nos condujese
hacia una paz universal; pero no fue así.
Y tampoco podemos decir que quienes comparten
un mismo idioma dejen por eso de pelearse.
De todos modos, una lengua única universal
no sólo no parece posible, sino que
ni siquiera sería deseable, a la luz
de la fascinante riqueza surgida a partir de
la multiplicación
de las lenguas y de las culturas. El único
problema consiste en que de ese inmenso arco
iris de mundos lingüísticos y culturales,
en términos generales, sólo nos
habita y nos conforma una, o en el mejor de
los casos, dos o tres, de esas lenguas y culturas,
constriñéndonos a un limitado
universo de experiencias, conceptos, imágenes
e ideas: el de aquel idioma en que nacimos
más
aquellos pocos que logramos adquirir, con lo
que estamos impedidos de acceder a muchos otros
mundos, diferentes y apasionantes, cuyas claves
idiomáticas no poseemos. Por fortuna,
para sortear esa imposibilidad entra en escena
un singular personaje que domina el arte malabar
de verter lo creado en alguna de esas lenguas
distantes a nuestro propio mundo palabrero.
Ese personaje capacitado para trasegar emociones
e ideas de un mundo expresivo a otro, es el
traductor o, en la justa y hermosa expresión
del poeta Haroldo de Campos, el transcreador.
Precisamente venimos a celebrar esta tarde
a uno de esos transcreadores, a uno de esos
artesanos de los malabares, que domina el delicado
arte de traer sin que se enfríen en
el camino, palabras de un idioma a otro. Don
Salomón Resnick fue en esta ciudad,
en este país, en este continente, el
transcreador pionero del mundo de la lengua ídish
al de la lengua española.
Temprano maduró en él la pasión
de traducir, la perseverancia para hacerlo
sistemáticamente y el talento para lograr
en la lengua huésped productos literarios
de inusual calidad. En 1914, 1915, teniendo
apenas 20 años, Resnick ya comenzaba
a publicar en la también pionera revista
porteña Juventud sus primeras
traducciones, entre ellas una selección
de cuentos del refinado prosista ídish
Itsjok Leibush Péretz, textos que serían
el núcleo de su primera antología
justamente dedicada a este clásico de
la moderna literatura ídish.
Resulta
interesante señalar que ese
tomo de cuentos de Peretz, titulado Los
cabalistas y aparecido en 1919, llevaba
como pie de imprenta el inexistente sello “La
cultura israelita”. Desde ya que ese
fantasmal nombre editorial, escondía
pudorosamente la condición de autoedición
de ese primer libro de Resnick. Lo que por
supuesto no sólo no es ninguna vergüenza
sino la expresión primera de una pasión
por darse a conocer y por dar a conocer esa
literatura totalmente ignorada hasta entonces
en el mundo de habla hispana. Vale la pena
recordar que también un poeta de la
magnitud de Itsik Manguer pagó la edición
de su primer libro, el que apareció bajo
el sugestivo sello editorial Aléineniu,
o sea “Solito”, igual que el poeta
argentino Nicolás Olivari cuyo primer
libro dice haber sido editado por Llosiboldemidogapa,
extraña editorial cuyo nombre, leído
al revés sílaba a sílaba,
declara “Pagado de mi bolsillo”.
Pero volviendo a ese primer libro del Salomón
Resnick, entonces de 25 años, lleva
un hermoso prólogo de Don Alberto Gerchunoff
y un didáctico estudio preliminar de
Resnick mismo, cuyo transparente objetivo es
presentar a un público que los desconoce
totalmente, esa lengua ídish, sus creadores
en general y a Peretz en particular. Digamos
todavía que más allá de
la fluidez y el placer con que se leen en su
versión española los 24 cuentos
incluidos en este tomo, la selección
misma también merece un comentario.
No es un conjunto cualquiera de textos; incluye
algunos que pintan desde una perspectiva secular
y tierna a humildes y a un tiempo luminosos
personajes judíos de los villorrios,
como en “Bontshe shvaig” o “Bontsi
el silencioso”, pero también revulsivos
relatos de mujeres que se rebelan con fuerza
contra la cerrada moralina rabínica
como en el cuento que se titula “Muser” o “Moral”.
Esta postura que caracteriza su primera obra
se repetiría prácticamente en
la veintena de libros de traducciones antológicas
firmadas por Resnick. Casi todas comienzan
con un enjundioso estudio suyo, llevan luminosas
biografías de los autores y notas redactadas
por él, y la selección de los
textos que antóloga dan cuenta de una
gran coherencia en su compromiso ideológico
con un judaísmo abierto y secular. Desde
ya que otra prueba de esa coherencia de Resnick
lo constituye el hecho mismo de dedicar tanto
de su tiempo a recrear perseverantemente en
castellano quintaesencias de las letras ídish
para compartirlas con el mundo cultural hispanohablante
en general y argentino en particular.
Al
año siguiente de Los
cabalistas publica
Resnick una antología de 14 cuentos ídish
de varios autores, reunidos y vertidos por él
bajo el título Cuentos
judíos y
dos años más tarde, otros 17
cuentos de Peretz. También en este par
de obras encontramos relatos de una terrible
fuerza dramática como “El beso” de
Lamed Shapiro, otros de desbordante ternura
como el titulado “Amor”, de David
Pinsky o “Paz doméstica”,
de Peretz, y de pronto, también de Peretz, damos
de nuevo en “Ira de una judía”,
con un cuento en el que impera el visceral
rechazo de una mujer a la cerrazón hipócrita
de un pequeño medio social judío.
Resulta
interesante señalar que por
esa misma época, presuntamente en 1920
(el libro no menciona su fecha de edición)
aparece en España una selección
de, según su título, Cuentos
judíos contemporáneos.
La selección y el extenso estudio preliminar
son del gran Rafael Cansinos Assens, quien
reúne allí una extraña
mezcla de autores que van de Hertzl a Zangwill
y de Peretz a Sholem Ash. Los traductores son
varios, entre ellos el mismo Cansinos que vierte
del inglés algunos cuentos originalmente
escritos en ídish. Pero hay dos detalles
que quiero señalar. El primero, que
uno de los cuentos de Peretz que incluye, “¿Qué es
el alma?”, pertenece, y allí lo
dice, a la versión de Salomón
Resnick. Y lo segundo que quiero señalar
es que en la entrega de la revista Vida
Nuestra e junio de 1921, Resnick critica
apasionadamente el criterio aplicado por Cansinos
Assens en la compaginación de esa obra.
Fue
a propósito de este homenaje a don
Salomón Resnick que volví a recorrer
sus traducciones. Sholem Ash, Sholem Aleijem,
los desopilantes Viajes
de Benjamín
III esa mezcla de Marco Polo y Quijote
de shtetl compuesta por Méndele
Moijer Sforim. Y volví a admirar la
maestría
de su trabajo, la naturalidad con que se leen
en español esos pícaros o dramáticos
textos amasados originalmente en nuestro mame
loshn, en nuestra lengua materna. Oscar
Wilde solía decir que hay que trabajar
tanto un texto literario, hasta que parezca
no haber costado ningún trabajo. Y es
lo que logra Resnick, conservando intactas
en sus versiones el vigor y la delicada belleza
del original, el temblor del relato sin que
se noten los andamios ni moleste ese ruido
característico de las traducciones.
Finalmente corresponde decir
que con su tarea pionera, Don Salomón
Resnick, quizás
sin proponérselo, formó discípulos.
Yo soy uno de ellos, uno de los que siguieron
su ejemplar empeño de verter a esta
lengua entrañable, el castellano, el
argentino, joyas literarias de una otra lengua
entrañable, el ídish. Y
una observación más todavía.
Hace un par de años que vengo llevando
adelante una polémica con la Real Academia
Española, que en su Diccionario,
que alguna vez incluyó definiciones
racistas para términos como “judío”,
“judiada”, “cohen”,
etcétera,
siempre ignoró la
existencia misma de una lengua llamada ídish.
Ahora acaba de aparecer en su reciente Diccionario
panhispánico de dudas pero escrito
de un modo impronunciable: yidis,
y definido maliciosamente como un dialecto
desaparecido.
Desde
hace más de ochenta años,
desde el comienzo mismo de su trascendente
tarea de traductor del ídish, Don Salomón
Resnick transcribió este término
de acuerdo con la sencilla lógica de
ambas lenguas, prácticamente tal como
continuamos transcribiéndola. Quedamos
entonces en grata deuda con este hombre que
supo marcar caminos para muchos quehaceres
de la comunidad argentina y judía, de
los que la transcreación literaria del ídish
al español, no fue el menor.