Los títeres de Simje Schwarz volvieron a París

Es una historia que, tras muchos avatares, comenzó en el París de la posguerra; a partir de los años ‘50, tuvo a Buenos Aires por escenario y hoy, medio siglo más tarde, de otra manera, vuelve a fascinar a los parisinos. Es la historia de los tiernos títeres de Simje Schwarz que nacieron en Rumania, subieron al escenario en Francia, vivieron y actuaron durante muchos años en la Argentina y en estos momentos se exponen  en una sala del Museo de Arte e Historia del Judaísmo, recientemente inaugurado en un hermoso palacete del siglo XVII ubicado en el viejo Marais de París.

Francia estaba emergiendo recién de las tinieblas de la Segunda Guerra Mundial pero su vida cultural ya había comenzado a tomar color. Cuentan que la temporada teatral parisina de 1948-49 incluía una sorpresa para los amantes del teatro; la función más aclamada tenía lugar no sobre un escenario del centro de París sino en la casa de un grupo de escritores judíos refugiados de la guerra, una casa ubicada en un suburbio. Incitados por los más influyentes críticos parisinos, la gente acudía a ese teatrito armado de manera precaria y alejado del mundo teatral “normal”, para presenciar un espectáculo de títeres en ídish.

Ese teatro de títeres, conocido como Hakl-Bakl, era la creación de Simje Schwarz, artista nacido en Rumania y llegado a París en 1936. Hakl-Bakl combinaba elementos del folklore rumano con historias bíblicas y con melodías y danzas jasídicas. El resultado era una amalgama única de arte, música y cultura judías que impactaba a todas las audiencias, incluso a aquellas que no entendían el ídish.

“¡Schwarz, estoy encantado! ¿Qué puedo hacer por usted?”. Con estas palabras se presentó Chagall detrás del escenario de títeres después de una función cierta noche de mayo de 1949. Schwarz era un gran admirador de la obra de Chagall, así que su respuesta fue inmediata: “Haga un decorado para mi teatro”.  Este fue el principio de una estrecha colaboración entre los dos artistas. Chagall propuso entusiasmado adaptar las memorias de infancia de Bella Chagall, Ardientes luminarias, para el  teatro de títeres y él mismo se propuso para diseñar la escenografía.

Durante el verano de 1949 Simja creó los títeres para dicha adaptación, titulada Herencia. Esta obra fue presentada por Hakl-Bakl en octubre de 1949 con decorados y títeres creados por Simja siguiendo el diseño de Chagall. Los rostros eran esencialmente una creación de Schwarz pero permanecían fieles al colorido y a la forma pensados por Chagall para los títeres y su ropa.

 

Un hombre llamado alegría

Quienes lo conocimos no podemos evocar a Simja Schwarz sino en movimiento permanente. Enmarcado por una melena exaltada, en su rostro expresivo y sensible convivían una mirada inquieta y tierna, casi infantil, con unos rasgos dramáticos, que parecían tallados por su propia mano.

Simja había nacido en el año 1900 en un pequeño shtetl rumano y su infancia se había nutrido con la vitalidad, la música y las tradiciones del judaísmo ortodoxo, cocinadas en el fuego de la vida campesina rumana y el folklore balcánico. Cuando este mundo fue hecho pedazos por la Segunda Guerra Mundial, Schwarz creó Hakl-Bakl, su teatro de títeres, para recrear artísticamente los mundos de su infancia. Su teatro mezclaba en un sabroso ídish, lo viejo y lo nuevo, su conocimiento de la Biblia y el Talmud con su amor por la experiencia espiritual jasídica y su fascinación por la naturaleza expresada en la poesía y el canto de los Balcanes.

Para Simja —que en ídish significa fiesta, alegría— la vida judía era una continuidad por encima del tiempo, donde lo antiguo y lo contemporáneo podían intercambiarse libremente. Por ejemplo, su versión de la historia de David y Goliat es ubicada en una aldea judía del este europeo y completada con una ídishe mame que se preocupa por la carrera de su hijo David como concertista de arpa.

Los varios talentos de Simja Schwarz —teatro, escultura, danza y literatura— se refinaron en su contacto con los círculos artísticos del París de los años 1936-48, y todos esos talentos fueron incluídos en su teatro de títeres. Era un medio que le permitía tener un completo control sobre los actores en su intento por perpetuar el teatro ídish. Él mismo elegía los temas y escribía las piezas o hacía las adaptaciones; él mismo hacía los títeres; él  mismo diseñaba y pintaba los decorados y la ropa de los muñecos. Era director, actor y cantante. La música original era compuesta por Ruth Schwarz, su esposa. Ella también adaptaba melodías judías y folklóricas para los espectáculos, y actuaba a su lado como titiritera.

En 1952, gracias a un permiso especial del entonces presidente Perón, llegó de París a radicarse en Buenos Aires un grupo de escritores y artistas judíos sobrevivientes del nazismo, los Schwarz entre ellos. Eran los titiriteros y efectivamente, de inmediato desplegaron aquí su Hakl-Bakl, y los títeres, manejados por las diestras manos de Ruth y Simje, se echaron a vivir entre nosotros. Levantaban su pequeño teatro en salas, escuelas e instituciones, fascinaban a chicos, jóvenes y adultos, judíos y no judíos.
Esos títeres sabían cantar, bailar, bromear, querer, hacer reir y llorar. Lo que no sabían era ganarse la vida. Un día los Schwarz corrieron definitivamente el telón sobre su pequeño teatro y volcaron su ternura en una colonia de recreo infantil.

Pero tal vez no sólo porque no supieran parar la olla cerró el Hakl-Bakl. Ese inefable teatro de títeres, cuya ligera estructura con personajes, decorados, música y textos cabía entera en un baúl no demasiado grande, estaba hecho a la medida del desarraigo, a la medida de las migraciones de ese dúo de trovadores sin puerto. Pero el artista había logrado echar el ancla en Buenos Aires.

Heine decía que la Biblia era el territorio portatil de los judíos. Parafraseándolo, tal vez se pueda decir que su teatro de títeres fue para Simje Schwarz una suerte de taller portatil de escultor. Para ser sólo un titiritero, Simje ponía demasiada pasión en el modelado de las cabezas de sus muñecos destinados a ser vistos desde lejos. Si los miramos bien, son pequeñas esculturas de papel mascé.

Cuando en estas playas Simje Schwarz se sintió por fin en casa, pudo retomar en la escultura un modo de expresión que había iniciado y dejado hacía 35 años en Bucarest, en su Rumania natal. En Buenos Aires comenzó entonces a desplegarse en esculturas apasionadas, que parecían haberse detenido un instante apenas, y disponerse a seguir creciendo en seguida para apoderarse del espacio, sin abandonar no obstante su firme arraigo en el suelo. Fue a la escultura que dedicó sus más creativos años porteños hasta su muerte ocurrida hace un cuarto de siglo, en 1974. Pero el Simja Schwarz escultor merece un capítulo aparte.

Los títeres que se exponen ahora en París son apenas una pequeña muestra de los centenares confeccionados por Simja Schwarz, muchos de los cuales se perdieron, pero muchos otros fueron exhibidos, de la afectuosa mano de Ruth Schwarz, en decenas de ciudades del mundo a lo largo de estos años. Algunos incluso forman parte del acervo permanente de determinados museos, como es el caso del Museum of  Jewish Heritage de Nueva York, que los tiene expuestos en un sitio destacado e incluye la imagen de uno de esos títeres en la colorida tapa de su catálogo de mano.

Ahora, durante una temporada van a ser admirados en el hermoso museo parisino de la Rue du Temple algunos títeres de Simja Schwarz que aunque parezcan mudos, expuestos en una vitrina, para quienes sepan verlos hablan en ídish.

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