Acerca de Hombre
aferrado al viento de Sergio Leonardo
SHA, 2 jun. 2000
Sergio Leonardo. Hombre
aferrado al viento...
Sumergirme en las páginas de esta antología
poética suya, amorosamente orquestada
por Saba, me hizo retroceder de pronto cuarenta
años. Sí, fue allá por
el año 57 del siglo pasado, en la redacción
del diario Amanecer, que lo
vi por primera vez. Yo sólo tenía
22 años y Sergio —ahora lo sé—
apenas 36, pero él ya formaba parte
de ese universo palabrero-poético-periodístico
al que yo aspiraba ingresar.
Lo hice entonces a la sabática página
literaria de ese periódico de la mano
generosa de César Tiempo, quien me invitaba
a llevarle mis notas y poemas a su casa. Era
toda una vivencia, pero yo no me resignaba
a perderme la tensa, nerviosa, fascinante atmósfera
de la redacción del diario. Y cada tanto
me aparecía por allí a ver en
acción a quienes consideraba maestros.
Así quedaron en mis ojos para siempre
el solemne Lázaro Schallman, el divertido
Bernardo Ezequiel Koremblit, el inquieto Germán
Rozenmacher, el enigmático Sergio Leonardo...
Enigmático, serio, distante, hasta cierta
tarde en que descorchamos una larga velada
en una mesita del famoso café Comercial
de la calle Corrientes, a pocos metros de la
redacción del diario y lugar preferido
de actores, escritores y periodistas ídish.
Fue allí y entonces que me abrió a
su poesía con su reciente Los
azorados danzan, y lo que era enigma
se volvió metáfora, poesía
filosófica, cerebral, inteligente, honda.
Y comenzamos un diálogo suelto, entrañable,
que retomábamos con naturalidad cada
tantos años cuando coicidíamos
en sacar la cabeza de entre los libros y afines
en que solíamos permanecer sumergidos
largas temporadas cada uno. Esos intensos diálogos
se daban a veces con un café de por
medio y muchas otras celebrando la aparición
de alguna conmovedora nota, de uno de sus libros
de intensa prosa poética o participando
desde el estrado o desde el público
de las apasionantes mesas de los irrepetibles
jueves de Hacoaj que él orquestaba.
Ahora, gracias a las páginas
de este Hombre aferrado
al viento me volví a
sentir envuelto de Sergio Leonardo. ¡Qué asombrosamente
vivo está en sus versos! Comenzando
por el hallazgo del título: “hombre
aferrado al viento”. En cuatro inocentes
palabras, toda su fuerza, toda su fragilidad.
En estas páginas puede escucharse entera
la poderosa voz de Sergio. De los muchos que él
era, que él es.
El
Sergio cineasta. Poesía visual, cinematográfica “Una
niebla inmensa / descendió de un cielo
nocturno /.../ Jinetes de niebla galopaban
/ en medio de sus muchedumbres, / atravesaban
penumbras, / tierras de nadie, / ramas, /
pájaros
tiritantes, / calles”. O leemos: “Más
allá del horizonte, / toros diseminados
/ en llamas / se desenfrenaron incendiando
/ naves, pueblos, / el cielo”.
Otros textos nos sumergen en tremendas escenografías
planetarias, paisajes ásperos, desérticos:
Redescubro a Sergio Leonardo.
Rico
en ironía: “... y los
Jinetes del Apocalipsis / se venderán
en deslumbrantes jugueterías”.
Rico en asombro: “En su memoria /
sólo quedaban ciudades / habitadas
por errabundos / que buscaban ser perdonados
/ no sabían de qué”.
O: “¿No
hay quién /
me tire piedras a los ojos, quien me enceguezca
/ y aniquile el ensueño / de la bella
del mar?”.
Rico en poesía pensativa, pensante:
Rico en poesía enamorada.
Dice: “No
hay más.
/ No poseo respuestas. / Te busco”.
O
dice: “Aquel hombre ha querido
huir / de donde no hay posibilidad / de huir.
/.../ Sabe que puede amar / y ser amado y
alza la fiesta / de su alma viva... ”.
O
dice: “¡Qué haré /
con mi desesperada ternura! /.../ Lo sé bien:
sólo duraré un tiempo de amor.
Siempre”.
O
dice: “Quizás sólo
pueda danzar, / exhausto y errante, / entre
batalla y batalla, / buscando a tientas a
quienes buscan, en esta noche creada de noches,
/ con quien amarnos / hasta el alba”.
O
canta: “Tenso, / furiosamente enamorado,
/ penetro / tu espesa dulzura / y nuestros
corazones se transfiguran / en un misterioso, único,
/ alegre, / desbordado corazón”.
Releer ahora, a la vuelta de
todos estos años,
el mundo de Sergio Leonardo, me provocó una
honda, conmovida, sensación de cercanía
espiritual.
Y
cerrando este intenso poemario yo recordaba
unos versos de un poema que el israelí Natán
Zaj dedicó a su padre:
Un momento
de silencio, por favor. Por favor. Yo quiero
/ decir
algo. Él se
fue y pasó a mi lado. Pude
tocar / el borde de su ropaje.
Muchas gracias.